Y los amó hasta el extremo

¿Qué pasaría por la cabeza de Jesús cuando decidió celebrar la pascua en Jerusalén con sus discípulos?
Todos le decían que estaba en peligro, y él sabía que era verdad, pero quiso celebrar un pascua muy especial. Seguramente quería dejar una huella muy honda en los corazones de sus amigos. Sabía que las cosas no se iban a arreglar fácilmente y que se estaba jugando la vida, pero no quería despedirse dejándolos solos.

Era antes de Pascua. Sabía Jesús que había llegado para él la hora de pasar de este mundo al Padre; había amado a los suyos que vivían en el mundo y los amó hasta el extremo. (Jn 13,1)

Le dolía tener que abandonarlos, se iban a quedar sin su maestro, sin sus palabras, como ovejas sin pastor. Tendrían que vivir de recuerdos, refrescando la memoria para que no se les olvidaran tantas buenas noticias. 
Jesús sufría pensando en lo que le podía pasar, pero también sufría por todas las personas que tanto quería y que tendrían que continuar sin él.
Su Padre le acogería en sus brazos, pero los que se quedaban en el mundo seguirían sufriendo el dolor de la pérdida. Les había prometido que les enviaría el Espíritu, pero no era suficiente para toda la humanidad sufriente que le necesitaba a Él.
No te pido sólo por éstos, te pido también por los que van a creer en mí mediante su mensaje. (Jn 17,20)

Y todas esas ideas y ese amor extremo cristalizaron en un signo  Le salió del corazón utilizar lo más cotidiano para poder mantenerse unido a ellos: el pan y el vino. Necesitaba quedarse con nosotros para alimentarnos en el camino de la búsqueda de Dios. No sólo nos dejó su palabra para orientarnos, también nos dejó su propio cuerpo como alimento de una manera que todavía nos resulta difícil de aceptar.
Cogiendo un pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: -Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía. (Lc, 22, 19)

De esta manera los amó hasta el extremo y nos sigue amando a todos los demás que recibimos su mensaje. Nos sigue invitando a su mesa para celebrar la Buena Noticia, darnos un abrazo de amor y empujarnos para salir al mundo a construir el Reino de Dios.

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